Si debo recordar mi primer acercamiento a la tecnología, tendría que volver a ese día en que la empresa de mi papá les facilitó un computador. Aquel aparato llegó a llenar el pequeño espacio de oficina que tenían en ese entonces. No recuerdo la primera vez que lo encendieron, pero sí recuerdo haber pasado largas horas frente a esa pantalla azul de DOS, recorriéndola sin mouse, solo con las flechas del teclado. Jugaba a ingresar códigos de productos en un programa de pedidos, viendo cómo se sumaban los precios y se imprimían en ese “papel de computadora”, ese continuo con perforaciones a los costados, de una proporción tan rara como fascinante. Para mí, todo eso era un juego, era mucho más entretenido que ver la televisión.
No tengo claro en qué momento Windows apareció en mi vida. Pero sí recuerdo a Word y Encarta como los únicos programas que, siendo niña, me ofrecían una ventana al entretenimiento —entre clics y datos curiosos, se pasaba el tiempo.
Tuvimos una Nintendo NES Classic Edition entre 1990 y 1995. Jugábamos Mario Bros, el juego de los patos con la pistola y Circus. Pero después, la consola quedó obsoleta. Ni mamá ni papá nos compraron una nueva, tampoco nuevos juegos.
En sexto básico, con unos 11 años, teníamos una asignatura llamada Tecnología. Aunque en realidad nos enseñaron a usar un cincel y barnizar, la profesora consiguió unas máquinas de escribir antiguas para los últimos meses del año. Con teclas grandes y duras, nos pusimos a hacer planas de mecanografía. Yo lo tomé muy en serio, hice cada ejercicio con cada dedo como correspondía, mis meñique quedaban adoloridos pero creo que los pocos músculos que tienen hoy se deben a ese gimnasio dactilar por el cual pasé.
Mi adolescencia transcurrió entre vhs, walkmans, cassettes y, más adelante, un CD player que cuidaba como si fuera un tesoro. Mi tía abuela me regaló un walkman que grababa voz, así que me grabé leyendo materias para estudiarlas escuchándome una y otra vez durante el día. Era mi forma de llevar el estudio a todos lados. Cuando llegaron los CD Players pensé que eso sí no lo tendría, pero mi mamá me sorprendió regalándome uno, aunque tenía sólo un par de CDs para escuchar y uno de esos era de música clásica. Recuerdo la emoción profunda que sentí cuando compré mi primer CD, aunque no recuerdo el artísta… pero más profunda fue la emoción cuando mi mamá me regaló los CDs de Whitney Houston Vol 1 y 2 para un fin de año, ese sí será un recuerdo inolvidable. Al poco tiempo aprendí a descargar música desde internet y grabarla en la torre del PC fue la emoción total, podía elegir qué escuchar, cuándo y cuántas veces, sin tener que rebobinar con un lápiz el cassette ni desgastar las pilas del walkman. Igual de importante fue el día en que me pude pagar una calculadora científica, vital para los primeros años de universidad. Eran caras y recuerdo que lo sentí como un pequeño logro.
Entre los 13 y 15 años, también apareció en mi vida un programa de mecanografía con estética de videojuego: simulaba un partido de fútbol. Tenía gráficos terribles y un sonido molesto que odiaba, así que lo usaba sin volumen. Pero fue útil. Como no tenía consola como otros niños, mi entretenimiento era ese: lograr que cada dedo presionara la tecla correcta, cada vez más rápido.
Durante mis años de enseñanza media, Fotolog incentivó en mí una nueva forma de explorar lo visual y lo gráfico. Me impulsó a curiosear, a aprender por cuenta propia y, de alguna manera, llegué a Photoshop. Jugar con las capas, los efectos, la tipografía… era como tener una caja de herramientas para expresarme sin hablar.
Ya en la universidad, no fue sino hasta segundo año que tuve la asignatura de Base de Datos. Recuerdo al profesor —su aire medio hippie contrastaba en la facultad de negocios— explicándonos qué era un algoritmo, cómo funcionaba una base de datos, qué era C++, y cómo programar una BBDD funcional usando Microsoft Access. Para poder hacer los encargos desde casa, nos grabó 10 CDs con el Visual Basic a cada alumno del curso. Diez CDs. Teníamos que procesarlos uno por uno para poder instalar el programa en nuestros computadores. Guardé ese PortaCD por muchos años, hace poco lo encontré al fondo de una caja… y me di cuenta de que era tiempo de dejarlo ir. Hoy ni los notebooks traen lector de CDs.
Los ciber empezaron a florecer en cada esquina, y el acceso a internet cambió el juego. Del e-mail pasamos al Messenger, con sus zumbidos y emojis. Usábamos diskettes, montones de ellos, hasta que llegaron los pendrives que me acompañaron en la universidad. No recuerdo en qué momento llegó Whatsapp específicamente y de la nada dejamos los sms y dejamos de zumbar, pero recuerdo cómo cambio la dinámica de todo; así como recuerdo el primer celular de mi mamá, ese ladrillo negro gigante que habría posibilidades infinitas y hacía que girar la rueda del teléfono de tu abuela número por número quedara olvidado al fondo de tu memoria.
Me acuerdo de la primera vez que vi un iPod Classic, fue en el metro, en ese momento no sabía lo que era, cuando supe me pareció una maravilla poder guardar tanta música en un dispositivo tan pequeño. Más adelante me enamoré de los colores vibrantes del mini iPod y cuando vi un iPod Shuffle de segunda generación no podía creer el tamaño de esa belleza. Esa sí que era verdadera portabilidad. Obvio, yo quería uno. Nunca lo tuve. Pero tuve un nokia 3310, mandé sms que te robaban el saldo y jugaba snake.
Mi primer computador personal fue un notebook que me regaló mi tía abuela cuando inicié mi segunda carrera (Diseño), al cambiarme después de tres años de estar en la universidad. Por primera vez sentí la libertad de explorar todos los programas que quisiera, sin restricciones ni turnos familiares. Hasta ese momento, toda mi infancia y adolescencia giró en torno a un solo computador, compartido en la sala de estar que fue el punto de conexión con la tecnología por muchos años para cada integrante de la familia.
Mi historia suma y sigue, me compré mi primer Mackbook con mi primera paga, del primer trabajo en el penúltimo año de mi carrera de diseño, la emoción fue la misma que sentí cuando pude comprarme mi primera tablet hace no más de tres años atrás (2021), Huawei por cierto. También tuve la posibilidad de tener un IPhone S4, adoraba su tamaño, pero luego de eso y como todos hoy, he pasado por una amplia variedad de experiencias telefónicas. En casa hay una caja de celulares antiguos que se quedan obsoletos y salvan cuando se pierde, se rompe o roban, el celular de turno.
Recorriendo toda mi historia con la tecnología, lo curioso es que nunca consideré estudiar programación o algo relacionado con TI desde el inicio. A pesar de todas esas horas frente a la pantalla, los juegos con bases de datos, mi curiosidad por Photoshop o el gusto por los programas… jamás pensé que podría desempeñarme en un rol TI.
Incluso después de estudiar Ingeniería Comercial —donde tuve una asignatura de programación por la cual sentí mucha afinidad— lo que hice fue cambiarme a Diseño. Porque en mi corazón, lo que realmente me motivaba era trabajar en efectos especiales, animación 3D, mundos fantásticos generados por computador. Quería aprender a usar programas que me permitieran crear lo imposible.
Pero la vida, con su ritmo y sus giros, me llevó por otros caminos. No ha sido sino hasta más de diez años después, con el crecimiento de la nube, los cambios en la industria, también con la escasez de oportunidades laborales en el diseño, con el aumento de la visibilidad de las carreras TI, y sobretodo, las necesidades de ser adulta, madre soltera.. que comencé a mirar con otros ojos ese mundo que antes parecía ajeno.
Hoy me doy cuenta de que ahí —en la programación, en los entornos cloud, en los sistemas complejos que dan vida al mundo digital— hay un universo lleno de cosas nuevas por descubrir, y también un futuro más prometedor, o al menos eso es lo que se espera.
Quizás no llegué a tiempo según los relojes tradicionales, pero llego con todo lo que soy: mi creatividad, mi formación analítica, mi intuición estética y, sobre todo, mi hambre de aprender y reinventarme.
Porque a veces el destino no se revela en los primeros pasos, sino cuando una, ya adulta, decide mirar su historia con nuevos ojos y descubrir que siempre hubo señales. En este momento de mi vida, la tecnología me llama con fuerza. Me despierta la mente, me enciende la curiosidad y me reta justo donde quiero crecer. Estoy comprometida con aprender, con desenvolverme y con encontrar mi lugar aquí, entre líneas de código, entornos virtuales y posibilidades infinitas.